Cabeza y corazón,
pensamiento y sentimiento.
Es un circuito que explica
por qué la emoción es tan importante para el pensamiento eficaz, tanto en la
toma de decisiones acertadas como en el simple hecho de permitirnos pensar con
claridad.
Las emociones están presentes en nuestras vidas desde que nacemos y juegan un papel relevante en la construcción de nuestra personalidad e interacción social. Las emociones intervienen en todos los procesos evolutivos: en el desarrollo de la comunicación, en el conocimiento social, en el procesamiento de la información, en el apego, en el desarrollo moral, etc.
Goleman (2013, 49) afirma: “En cierto sentido, tenemos dos
cerebros, dos mentes y dos clases diferentes de inteligencia: la racional y la
emocional. Nuestro desempeño en la vida está determinado por ambas; lo que
importa no es sólo el cociente intelectual sino también la inteligencia
emocional. En efecto, el intelecto no puede operar de manera óptima sin la
inteligencia emocional.”
Gardner plantea que hay
diversas maneras de ser inteligente, ya que para él la inteligencia es una
facultad singular que se utiliza siempre que es necesario resolver un problema;
desde este punto de vista es una habilidad general que se encuentra, en
diferente grado, en todos los individuos, y por eso mismo se puede tener
inteligencia musical, inteligencia lingüística, inteligencia lógico matemática
, inteligencia naturalista, inteligencia cinético/corporal inteligencia
personal e intrapersonal.
Vivimos las emociones en cualquier
espacio y tiempo, con la familia, con los amigos, con nuestro entorno, con
nuestros iguales, con nuestra escuela, con nuestros educadores. Por lo que la
escuela es un ámbito más de conocimiento y de experiencias en el que se
desarrollan las emociones. Emociones que vivimos y compartimos en mayor o menor
intensidad y peculiaridad. El
tratamiento de las emociones constituye más una forma de vida que una moda que
se integra en el desarrollo personal.
“La escuela ha de ser la primera institución
en afrontar el reto que conlleva a la comprensión de la autorrealización de
cada niño, adolescente o joven, que abarca desde la protección de sus
sentimientos, emociones, autoestima, hasta la ampliación de sus oportunidades
de elegir, requiere un reconocimiento de su singularidad, de su identidad
colectiva y de su personalidad individual, de su particularidad cultural como
elemento constitutivo y su derecho a integrarse en la sociedad global con
independencia de su origen, cultura y/o creencias, que es algo a lo que no se
debe renunciar”
(Fernández, 2008 mencionado
por Ana M. Peña y Ma. Carmen Canga).
Sin lugar a dudas, las
emociones de estudiantes y profesores están presentes en el aula, de manera que
las mutuas interrelaciones emocionales pueden generar crecimiento en ambas
partes, o también desgaste y sufrimiento en alguna de ellas, o en ambas. Por
ello es fundamental conocer cómo se procesan las emociones, cómo evolucionan,
cómo se expresan, cómo se controlan, cómo se desarrollan las emociones
positivas, cómo se previenen los efectos perniciosos de las negativas, cómo se
promueve la automotivación, qué papel juegan las emociones en el aprendizaje y
en el mundo de las relaciones interpersonales, cómo aprender a fluir, cómo
adoptar una actitud positiva ante la existencia.
Es importante que los
profesores se interesen por el alumno como persona global y no sólo por lo que
aprenda o deje de aprender en el aula. Es necesario que confíen en los
estudiantes, que nos les juzguen arbitrariamente, y que vivan actitudes
constructivas que favorezcan su aprendizaje y sus procesos de crecimiento y
desarrollo personal y social. Por todo ello, la educación emocional es también
fundamental para el profesorado, debiendo estar presente en sus procesos de
formación inicial y permanente.
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